Esta Semana Santa, especial, mágica, ancestral, central en el año para muchos (y no sólo cofrades), nos conecta con elementos propios de la cultura popular, de la religión mayoritaria y hasta hace poco hegemónica (aunque cualquiera diría viendo cómo se convierten nuestras ciudades y pueblos estos días que no seguimos siendo la España católica de antaño). Nos conecta con la esencia de quienes de alguna manera también son protagonistas estos días de Pasión: los discípulos, hombres (aunque no sin mujeres y eso que hablamos de hace más de 2000 años) sencillos, pescadores, agricultores, de manos rudas y gruesas y cuyos espíritus estaban seguro unidos a la tierra, a los frutos de la temporada, a la ecología, a la preservación de un medio en cierto modo hostil al que habían llegado. La Semana Santa se centra en la tierra, como no podía ser de otra manera, y una tierra de mucha pasión.
El pueblo judío (lo que celebramos estos días es una Pascua judía única… y podríamos decir que última) se sentía y se siente en la tierra prometida, una relación con la tierra como ningún otro pueblo nunca ha tenido, aunque los protagonistas de nuestras procesiones en el Bajo Aragón seguro que no dirán lo mismo pues vuelven de sus lugares de residencia a la tierra para rememorar un ritual que sólo puede llevarse a cabo en esa tierra de olivos, almendros y huertas también.
La tierra está en el centro de las celebraciones, una tierra prometida, una tierra bendecida, una tierra ensangrentada, una tierra testigo de muchas Semanas Santas y también de muchas Semanas Trágicas: la tierra de la Guerra Civil, la tierra de muchas sequías, la tierra de unos antepasados que en estos días sentimos más cercanos ya sea porque tocaron o miraron o sintieron o escucharon al menos el sonido de los tambores y los bombos.
Tambores y Bombos que resuenan en la tierra, que gritan durante unas semanas de ensayos, y que con la Pascua callarán de nuevo durante todo un año en el que de nuevo la tierra, los olivos, los secanos y sus habitantes volverán a ser protagonistas.
Los que sentimos la ecología como una necesidad de futuro también sentimos que junto a la tierra, a las huertas, a las granjas… están las culturas, las tradiciones, las fiestas, la propia fe excusa tantas veces de oraciones por los frutos que son nuestro presente y nuestro futuro.
La Semana Santa nos lleva a otros tiempos, a pasados no siempre mejores y nos hace soñar con pueblos llenos de vida, con hombres y mujeres transmisores de cultura, tradición y fe, una fe que sobre todo se entiende desde los rostros de quienes viven estos días desde el anonimato y desde la emoción contenida.
En esta Semana Santa nuestras comidas y cenas también deberían ser como las de antes, como las de nuestros abuelos, como las de quienes nos transmitieron tanta fe en un futuro que ahora es nuestro presente en una tierra… de Pasión y pasiones.
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