Comenzamos el otoño, una estación especial; muy especial, por los cambios que en ella se producen, por sus colores, por sus tonalidades, por sus temperaturas frescas… una transición entre el verano y el invierno caracterizada sobre todo por los cambios de tiempo aunque, quizá los otoños del siglo XXI no sean como los del siglo XX, aunque quizá para darnos cuenta de estos cambios tendrán que pasar algunos años más… los necesarios para que los Objetivos de Desarrollo Sostenible entren en acción para tratar de parar lo que ya parece irremediable.
El otoño trae a nuestra mente las hojas caídas en el suelo, el olor a tierra mojada y los paseos en chaqueta bajo el cielo nublado. Es también la época de los resfriados, la mayor amplitud térmica hace que nuestro cuerpo soporte el contraste de las frescas mañanas y las calurosas tardes.
El otoño también nos afecta internamente, la llamada astenia otoñal, sutiles alteraciones de nuestro estado de ánimo, de nuestra energía e incluso de la calidad de nuestro descanso debido a una disminución de nuestros niveles de serotonina producidos fundamentalmente por la disminución de horas de luz y el descenso de las temperaturas. Nuestro cuerpo se adapta pero a veces en esta época sufre breves depresiones por la asimilación del fin del verano y la vuelta a la rutina. Hay que reconocer que el verano, incluso para quienes tienen que trabajar… es otra cosa.
Por todo esto tenemos que cuidar mucho nuestra alimentación en otoño. La vuelta a la rutina no debe hacer que dejemos a un lado la cocina y el cocinado de los alimentos, actividades que en verano hemos realizado de forma tan placentera solos o con familia y amigos… es importante cuidar nuestros platos, nuestras sopas nocturnas, nuestros guisos de cuchara, es importante aprovechar la cantidad de productos de la huerta que en este momento tenemos a nuestra disposición… aprovechar la vitamina C de los cítricos (esta semana ya tenemos mandarinas que no nos dejarán hasta que lleguen las naranjas… ininterrumpidamente casi hasta el verano).
El otoño puede ser un buen momento para volver a cocinar lentamente, al chup chup…, para recuperar las legumbres, los alimentos integrales, las coles, el brócoli, las espinacas, el hinojo, productos que han estado desaparecidos de nuestras neveras durante el verano.
El otoño influye mucho en los campos, influye en nuestro estado de ánimo, influye en nuestra forma de ver la vida… aunque en este momento y después de tanta pandemia acumulada tenemos que luchar para que la reducción de las horas de luz y el frío no nos hagan perder la esperanza de una vuelta a la normalidad paulatina…
El otoño es especial bajo los hayedos que podemos encontrar en el Moncayo, en el Pirineo… no podemos dejar de ver el asombroso cambio de colores que se produce en los hayedos durante el otoño, los ocres, los amarillos, los naranjas… preceden a la caída de las hojas… que también tiene su punto. Y si a esto sumamos el olor a los platos propios de esta estación en las casas, sobre todo en los pueblos, y el olor a leña quemada… tendremos el escenario perfecto para cerrar los ojos y… soñar con esas cenas compartidas, esos cuentos entorno a la lumbre, esas noches de infusión y mantita, esos momentos tan íntimos y tan especiales que sólo se dan en otoño.