Este fin de semana hemos asistido atónitos al visionado del reportaje ‘El fraude almientario, ¿un crimen organizado?’ que emitió La2, un reportaje de Bénédicte Delfaut que nos dejó boquiabiertos y al mismo tiempo muy preocupados por lo que el mundo está consintiendo que se haga con lo que comemos. Compramos y consumimos alimentos sospechosos de no ser lo que dicen que son de contener sustancias que no están permitidas, incluso de ser perjudiciales para nuestra salud.
En nuestro país alardeamos de comer muy bien y variado, pero detrás de la mayoría de los alimentos que llegan hasta nosotros hay grandes grupos de poder que están permitiendo que las cosas no se hagan bien, quizá sin llegar a poner en peligro nuestra salud (aunque no siempre) pero sí convirtiendo el negocio de la comida en un chiringuito en el que muchos ganan cantidades obscenas de dinero mintiendo sobre lo que nos llevamos a la boca.
Tal y como relata el documental, el primer indicador de que algo raro está pasando con lo que comemos son los precios bajos, escandalosamente bajos, de algunas de las cosas que llegan hasta nuestra cesta de la compra a través de los supermercados. Precios bajos que ocultan alimentos adulterados a través de los cuales muchos eslabones de la cadena alimentaria han conseguido grandes beneficios: atún inyectado con nitritos, miel diluida con jarabes de azúcar baratos, aceite de oliva virgen extra falso, carne de caballo etiquetada como ternera… la lista de alimentos adulterados es interminable.
Se cree que el 10% de lo que comemos está adulterado. Lo que nos hace desconfiar a los consumidores de lo que aparece en la etiqueta y lo que acaba en nuestros platos.
Sin entrar en el detalle del documental que os recomendamos ver a todos, creemos que es bueno reflexionar sobre los beneficios de consumir productos ecológicos también en este contexto. De todos los productos ecológicos que vendemos en nuestra tienda conocemos su trazabilidad, en algunos casos porque tenemos contacto directo con los productores como es el caso de Julián, agricultor en Tauste o Jorge, en Botorrita, el caso de Cristina en Pina o José Luis en Albalate del Cinca, el caso de Vicente en Fabara o Guillermo en Ráfales. Es cuando te das cuenta que el sello ecológico también es un sello de confianza, un sello que te permite con un par de llamadas conocer la trazabilidad de cualquiera de los ingredientes de un pan, de una galleta, de una hamburguesa, de un embutido o de un yogurt. Y eso… no tiene precio.
Por algo será que los productos ecológicos son los seleccionados por muchos padres para iniciar en la alimentación a sus hijos tras la lactancia (aunque después muchos de ellos terminen volviendo a los grandes supermercados), o los seleccionados por muchos terapeutas para tratar de curar a muchos pacientes que han sufrido por ejemplo un cáncer.
Nuestros hábitos de consumo nos están llevando a consumir alimentos desconectados de las estaciones y globalizados, alimentos con precios sospechosamente baratos y que sin embargo a pesar de las sospechas… nadie deja de consumir. Y cada vez crece más en nosotros la duda de si lo que estamos comprando es verdaderamente lo que dice la etiqueta, o si su calidad se corresponde con lo que nos ha vendido normalmente una gran superficie en la que todo es impersonal, ya no hay alguien que vende a alguien que compra… el que vende es una entidad, no hay a quién dirigirse, no tenemos a quién preguntar y debemos de fiarnos de lo que se dice de una marca en los medios de comunicación o en los carteles que visten los grandes centros de consumo.
A pesar de ello los consumidores cada vez están más preocupados por los efectos de los alimentos en su salud y en tiendas de proximidad, en tiendas de barrio, no son pocos los clientes que preguntan al vendedor por el origen de los productos, por el lugar de elaboración, por la empresa que hay detrás, por los días de reparto, por la dirección del productor incluso para hacerle alguna pregunta… Hay otra forma de comprar y de consumir que nos puede hacer estar más seguros de lo que comemos, más tranquilos con lo que compramos y más satisfechos con nuestras decisiones de compra que en muchas ocasiones influye directamente en los que más queremos: nuestros hijos.
El negocio de la alimentación ya es algo global en el que hay grandes grupos de poder que tienen raíces incluso en el mundo de la política impidiendo a veces acciones contundentes contra ellos
Grandes grupos alimentarios están entrando en la Comunidad de Aragón bajo el anuncio de grandes beneficios para la comunidad a través de muchos puestos de trabajo… pero la verdad es que da que pensar al ver las grandes infraestructuras que pueden llegar a realizarse sólo para vender carne que, en muchos casos, se vende a precios muy bajos.
No podemos cerrar los ojos a investigaciones como las que desvelan este documental y luego seguir comprando y consumiendo como si no supiéramos nada. Hemos de empezar a dudar, sobre todo de aquellos productos especialmente económicos y que provienen de lugares cada vez más lejanos o que pertenecen a conglomerados de marcas que crecen sin límite.
Es importante saber qué comemos, qué contienen los productos que compramos, qué hay de verdad en las etiquetas de los mismos, quiénes están detrás de los productos que comemos y qué camino han realizado hasta llegar a nuestras casas y… dudar de todos aquellos productos de los cuales nos sea difícil obtener una información que, si bien podemos obviar al hablar de una prenda de ropa o de un ordenador o de un móvil… no debemos hacerlo cuando se trata de algo que nosotros y nuestros hijos nos vamos a llevar a la boca.